Mi pequeñita, el Alto os saluda y escucha con atención tus palabras. Escúchame hija mía, el alma que guarda en lo más profundo de su corazón anhelos más allá de los terrenales, yo su Padre los coloque ahí, no creas hija mía que son inventos del hombre, porque el deseo a lo sobrenatural, el deseo a lo mío hija mía solo lo da el Padre. Es como una pequeña semilla que coloco en cada corazón desde su creación, poco a poco va creciendo esa semilla. La semillita va sacando raíces, raíces que se van alargando y abriendo paso sobre la tierra. La tierra a ella le regala todo lo necesario para su desarrollo y crecimiento, le brinda minerales, vitaminas, y todo lo que esta necesite. Después que tenga una unas raíces fuertes, la semillita va creciendo hacía arriba, empieza el tallo a ver la luz del día, siente el calor del sol y el frio de la noche y este va creciendo. Recibe de la creación luz, agua, viento y esto ayuda a que siga creciendo. Es ahí hija mía, cuando han sacado su tallo de la tierra, que empieza a crecer tomando sus propias direcciones. Unas tienen unas raíces tan fuertes que crecen rectamente, empiezan a sacar fruto, pero este nunca deja de crecer hacía el cielo, crece hasta donde debe de crecer y para. Otros tallos crecen, pero a medida del tiempo se van doblando y se empiezan a dañar sus frutos, al verse tan doblado y que difícilmente puede regresar a crecer hacia arriba necesita de una ayuda externa, como la rama de un árbol para ayudarla a enderezar otra vez, y lograr con esfuerzo volver a crecer hacía el cielo. Hay otros, hija mía, que desde que ven la luz del día, su tallo crece hacia un lado, crece a nivel de la tierra, casi arrastrándose sobre ella, y allí muere, sin producir fruto. Ahora os explico hija mía.
Yo siembro en el hombre semilla de amor, de deseo y de vida eterna desde el momento de su concepción. En su corazón, que se forma poco a poco, sabe de mi existencia y es tan fuerte la unión conmigo que a medida que van creciendo en el vientre de su madre, es como si crecieran dentro de mis dos manos. Sienten el calor del Padre, sienten el amor del Padre, sienten la bondad del Padre. Es por eso hija mía que no hay dolor que se compare por la muerte voluntaria de alguno de estos pequeños, es como si lo mataran en mis manos y mis manos derraman sangre de un ser inocente. Lloro hijos míos, lloro por tantos que matan cuando más amor les estoy dando entre mis manos. Cuanto dolor hijos míos. Pero la semilla que le ha puesto su Padre nunca muere.
Os sigo explicando hija mía, al nacer mi pequeñito, lo terrenal les da todo lo necesario para su subsistencia, pero también les da el amor de una madre, la protección de un padre, el calor de un hogar y la bendición del Rey de Reyes. Amor nunca os dejo de dar y así, como todo lo que les da sus padres van fortaleciendo sus raíces. Al crecer y ver la luz del día, su espíritu y su razón toma voz en sus conciencia y su libre albedrío se acrecienta.
En el primer caso, el alma que es como el tallo de una planta, va creciendo, pero su semilla y sus raíces están tan fuertes en su fe que nada lo desvía del cielo. Nada hace que esa alma voltee su mirada a otra cosa que crecer hacia mí con anhelo de algún día llegar hasta su Padre. Sus frutos son incontables y con ellos, ayudan a otros a regresar a mí. Quien de ejemplo de gracia, de humildad, de obediencia y de arrepentimiento, es esa alma la que producirá frutos en otras almas. Una sola alma que no desvíe su mirada del cielo, esa alma no solo se salvará, sino llevara con ella miles.
En el segundo caso hija mía, esas pequeñas almas sienten incansablemente el deseo y el amor del Padre que palpita fuertemente en su pequeña semilla, es decir, en su corazón. Allí crecen, dan fruto, pero caen en las tentaciones del mundo, pierde su mirada hacia el cielo, se ve dentro de una niebla oscura y ya no sabe cómo salir de ahí. El alma finalmente vuelve a escuchar su corazón y halla nuevamente el amor del Padre, del mismo Padre que lo tuvo entre sus manos y le dio calor. Su alma desea regresar a mí, pero su alma esta tan manchada que necesita de algún hijo predilecto que desdoble su alma para que pueda regresar a ver hacia el cielo. La rama del árbol hijos míos, es todo aquel que toma entre sus manos la cruz de esa alma y la acoge en su corazón como la propia suya y le ayuda a avanzar a crecer hacia mí y no lo deja. Tal y como lo hizo el Cireneo, sin soltar su propia cruz tomo la mía, y al tomar mi cruz tomo la de todos. Eso hijos míos, en solo un acto de compasión y caridad. En ese pequeño acto de amor, llevo sobre sus hombros la cruz de muchos para su redención y os digo hijos míos que ya recibió su recompensa. Esas almas, con pequeños actos de amor llevan miles de almas hacia el Padre.
Hija mía, en el tercer caso, su alma olvida y saca de su mente la semilla del deseo y el amor de Dios. Por mucho que el Padre le haga palpitar en su corazón, no la escucha, crece al pie de la tierra, no ve otra cosa que su mundo, su placer, su tener, y allí poco a poco, al estar tan doblada y manchada por el lodo de la tierra, muere, pues decidió no ver hacia el cielo y sus tesoros.
Ves hija mía, ¿ya lo entiendes? Su Padre no coloca en sus corazones deseo que no puedan realizar. Su Padre coloca sus miradas a lo eterno, unos lo ven claramente, otros se pierden pero al final lo ven, pero otros se niegan profundamente y tapan sus ojos con sus dos manos manchadas, pero el Padre espera, y hace palpitar su semilla todo el tiempo. Escuchen su corazón hijos míos, que yo ahí os hablo.
No rechacen mi voz, no rechacen la voz de su Padre, su Padre que os creó, su Padre que os conserva, su Padre que os da lo que necesitan para ayudarlos a cumplir el anhelo que yo os pongo en su corazón. A todos os he dado misiones diferentes, y deseos diferentes, pero todos llegan al mismo punto, la vida eterna. No dejéis de ver el cielo ¿acaso no sabéis que con solo ver el cielo su Padre esta ahí? ¿Acaso no sabéis que con solo escuchar el pálpito de su corazón, su Padre está ahí? ¿Acaso no sabéis que al sentir una pequeña brisa en su piel, su Padre está ahí? No me rechacéis hijos míos, no me rechacéis hijos míos que a su Padre del cielo no lo pueden evadir. Está ahí. Con el amor más fiel.
Hijita mía, escucho tus palabras que salen desde lo más profundo de tu corazón. Entregadme todo hijos míos, entregadme todo y no se verán nunca desanimados ni desesperanzados, su Padre os sostiene y no dejaré que se aparten de mí. Regaladme hijos míos su corazón, regaladme sus sentires que tanto os utilizan y muchos son esclavos de ellos, sus gustos, su comodidad, sus pasiones os esclavizan y no dejan que se entreguen a mí por completo o se donen a mí. No os deseo esclavos del mundo, no os deseo esclavos del pecado, no os deseo esclavos de lo banal. Cada vez que utilicen sus ojos, pregúntense si los utilizan para mi honor y gloria, cada vez que utilicen su voz, pregúntense si lo utilizan de acuerdo a mi voluntad, cada vez que utilicen sus manos, se preguntarán si sus actos sacaran frutos, cada vez que utilicen su corazón, pregúntense si esta limpio para actuar y darme su alma. Si lo hacéis, verían como poco a poco crecerán rectamente hacia mí. No os desaniméis hijos míos, que su ser es de carne, entrad en mi corazón y resguardarse ahí, tomad amor y fuerzas y seguid luchando hijos míos, soldados míos.